El rol de las emociones en la enseñanza de ciencias
Un nuevo estudio indaga la dimensión afectiva de la tarea docente.

Tempranamente, los niños manifiestan una curiosidad natural por su entorno y desarrollan habilidades incipientes vinculadas al pensamiento científico, como la experimentación intuitiva o la interpretación de evidencias. Sin embargo, estas capacidades no evolucionan de manera espontánea: requieren una enseñanza intencionada, especialmente durante los primeros años de escolarización. En este sentido, la educación científica en el nivel inicial resulta central para la consolidación de competencias fundamentales en ciencias y el eventual fortalecimiento de las trayectorias escolares. Aun así, su implementación enfrenta desafíos cognitivos, pedagógicos y emocionales por parte de los docentes, quienes suelen priorizar otras áreas por inseguridad o por experiencias formativas negativas. “Muchas veces suele haber preocupación por lo que hacen los estudiantes, pero también es importante atender a la disposición emocional de los docentes: si no están motivados, difícilmente puedan motivar a sus estudiantes”, advierte Mariana Luzuriaga, profesora de la Escuela de Educación de la Universidad de San Andrés.
En un estudio reciente publicado en la revista Frontiers in Education, Luzuriaga, junto a Melina Furman*, Florencia Natalia Praderio Gaias y Enrique Ayuso Fernández (Universidad de Murcia), y Emilio Costillo Borrego (Universidad de Extremadura), analiza cómo influyen las emociones de tres docentes de nivel inicial en la planificación e implementación de clases de ciencias para niños de 3 a 5 años, en una escuela de la ciudad de La Plata, Argentina. Durante la planificación del curso, a través de una encuesta, los investigadores indagaron en las emociones y actitudes que las docentes asociaban con sus propias experiencias educativas en ciencias (biología, física y química), desde la primaria hasta la formación docente, y cómo estas incidían en sus decisiones didácticas. También examinaron los contenidos y actividades previstas para sus cursos. A lo largo del ciclo lectivo, observaron y grabaron clases, prestando atención a manifestaciones emocionales—como las expresiones faciales, el tono de voz y el lenguaje corporal—y las interacciones con los niños, para analizar cómo esas emociones influían en las decisiones pedagógicas en tiempo real. Finalmente, realizaron entrevistas en profundidad, acompañadas del análisis de los registros audiovisuales, para reconstruir los procesos de toma de decisiones desde la perspectiva de las docentes.
El estudio revela que, si bien las docentes recuerdan con entusiasmo sus experiencias de aprendizaje de ciencias en la primaria, sus memorias asociadas a la secundaria y a la formación docente son mayormente negativos. A pesar de ello, durante la implementación de sus clases predominan emociones positivas, como seguridad y satisfacción, asociadas a una percepción de autoeficacia, es decir, confianza en la propia capacidad para realizar una tarea, alcanzar una meta o superar retos. Sin embargo, al analizar el vínculo entre las emociones, y el aprendizaje y enseñanza de las ciencias emergen con frecuencia sentimientos negativos, principalmente provocados por el mal comportamiento o la escasa participación de los estudiantes, que generan sensaciones de inseguridad, incomodidad o pérdida de control.
El análisis destaca que las experiencias emocionales de las docentes, especialmente en relación con asignaturas científicas, inciden en el entorno de aprendizaje y las experiencias educativas de sus alumnos. Este resultado refuerza la necesidad de seguir explorando la dimensión afectiva de la enseñanza y de promover intervenciones que refuercen la autoeficacia y las emociones positivas de los docentes hacia las ciencias; clave para una educación científica de calidad desde los primeros años. “La predisposición hacia las ciencias tiende a disminuir a lo largo del recorrido escolar. En la primaria, generalmente entusiasma a los niños, pero en la secundaria empieza a decaer, y eso parece estar relacionado con qué y cómo enseñan los docentes. Si un docente tiene emociones negativas hacia la ciencia, muchas veces evita enseñarla, o lo hace sin convicción. El desafío es desandar ese camino de malas experiencias”, reflexiona Praderio Gaias.
*Los investigadores expresan su reconocimiento y más sincero agradecimiento a la Dra. Melina Furman. Su visión, dedicación y apoyo fueron fundamentales en esta investigación, así como en su formación y desarrollo profesional. Su legado continúa siendo una fuente constante de inspiración.