Efectos inesperados del aislamiento en la salud
Durante la cuarentena por COVID-19, las personas con síndrome del intestino irritable experimentaron una mejora de síntomas físicos y psicológicos.

La cuarentena obligatoria dispuesta ante la enfermedad por COVID-19 generó un entorno marcado por una reducción sustancial de las interacciones sociales. En ese contexto excepcional, Eugenia Hesse, profesora del Departamento de Matemática y Ciencias de la Universidad San Andrés, y Agustín Ibáñez, investigador del Centro de Neurociencias Cognitivas, participaron en un estudio liderado por profesionales del Hospital de Clínicas José de San Martin, con la colaboración de investigadores del Hospital de Gastroenterología Dr. Carlos Bonorino Udaondo y del Instituto Ecuatoriano de Enfermedades Digestivas, que analizó el impacto del confinamiento en personas con síndrome del intestino irritable. Este trastorno gastrointestinal, caracterizado por dolor abdominal recurrente y alteraciones en los hábitos intestinales, suele estar modulado por factores psicosociales, como el estrés, la ansiedad y la depresión.
En un estudio publicado recientemente en el Journal of Clinical Gastroenterology, los investigadores evaluaron cómo el aislamiento afectó los síntomas vinculados al eje intestino-cerebro. Para ello, encuestaron a 129 personas con diagnóstico de síndrome del intestino irritable de Buenos Aires, todas previamente evaluadas antes del confinamiento. A través de escalas estandarizadas, midieron cambios en los síntomas gastrointestinales, la presencia de comorbilidades y el impacto psicosocial, incluyendo niveles de estrés, ansiedad, depresión y somatización. Contrariamente a lo observado en la población general argentina—donde se registraron aumentos significativos en los indicadores de ansiedad y depresión durante la cuarentena—los pacientes con síndrome del intestino irritable reportaron una mejoría clínica significativa. La gravedad de los síntomas gastrointestinales, particularmente la distensión y el malestar abdominal, disminuyó de forma notable. Asimismo, se observaron reducciones en los niveles de ansiedad y somatización, mientras que los síntomas depresivos se mantuvieron estables. En cuanto a las comorbilidades, la proporción de pacientes que informó fatiga crónica fue levemente inferior, aunque sin alcanzar significación estadística.
Estos hallazgos sugieren que ciertos aspectos del confinamiento—como el acceso permanente a baños y una dieta más estructurada en el entorno del propio hogar—podrían haber contribuido a una mejora de los síntomas en este grupo. De hecho, el 37% de las personas encuestadas reportó mejoras en sus hábitos alimentarios, habiendo identificado previamente una alimentación inadecuada. “Es interesante observar que, para un grupo de personas, el confinamiento mejoró ciertos aspectos de su salud, algo contraintuitivo en el marco de una pandemia. Por eso, situaciones cotidianas que pueden ser factores causantes de estrés para dicha población—como la disponibilidad reducida de baños o malos hábitos alimenticios fuera del hogar—deben ser tenidos en cuenta por los profesionales de la salud al momento de evaluar y tratar a personas con este trastorno”, señaló Hesse.